Lisímaco Chavarría

La roca de Carballo

Seméjase a una esfinge de pedernal eterno
erguida ante el abismo del piélago sonoro;
sobre ella el Sol despunta doscientos dardos de oro
y ante ella el mar levanta su canto sempiterno.
 
El fuego del verano, las lluvias del invierno,
los foscos huracanes que van rugiendo en coro
y todas las estrellas que vierten su tesoro,
descienden por su espalda de cíclope de averno.
 
En ella se posaron Saturno y los Vestiglos
a contemplar la marcha de todas las edades
que fueron en los potros piafantes de los siglos.
 
El piélago le dice de aquella raza trunca,
señora que fue dueña de aquellas soledades,
en una edad remota que ya no vuelve nunca.
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