(o Relato del amor y las batallas, o Romance nuevo de la doncella guerrera, o Canción de la niña de Portugal). Narración en verso para jóvenes.
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DEDICATORIA: A mis distinguidas amigas Leibi Ng y Mary Collins de Colado
PRESENTACIÓN DE LA OBRA
Historia de la doncella que fue a la guerra se inscribe dentro de la tradición literaria hispánica con una notable calidad artística, fusionando el lirismo con la épica y el drama. Su construcción, rica en imágenes y ritmo, resuena con la cadencia de grandes poetas como José Martí y Rafael Alberti. La obra se distingue por su profundidad simbólica, su estructura envolvente y su capacidad de generar una atmósfera que transciende el mero relato de un conflicto bélico. La pieza, que arranca desde el viejo romancero, no solo destaca por la pulcritud de su factura estilística, sino también por su densidad temática y su refinada utilización del lenguaje, lo que la convierte en una aportación significativa a la literatura contemporánea en español.
El diálogo con José Martí y Rafael Alberti es evidente en la obra, tanto en la riqueza metafórica como en el tono elegíaco que permea la narración. Martí, con su lenguaje vibrante y humanista, aporta un modelo de lirismo comprometido, mientras que Alberti, con su plasticidad poética y su sensibilidad hacia la épica popular, proporciona un referente en la construcción de imágenes poderosas y evocadoras. En el uso de la ironía se entiende con Borges y sor Juana Inés de la Cruz.
Más allá de estos nombres insignes, Historia de la doncella que fue a la guerra se incluye en la larga tradición de la literatura bélica y heroica de la hispanidad, desde El Cantar de Mio Cid hasta la literatura de la Guerra Civil Española. La protagonista, en su viaje interior y exterior, evoca figuras como la de la Monja Alférez o las heroínas anónimas de los conflictos hispanoamericanos, en una reelaboración contemporánea del motivo del héroe en femenino.
En el panorama de la literatura hispánica actual, Historia de la doncella que fue a la guerra aporta una voz singular que reinterpreta la épica desde una sensibilidad contemporánea, explorando temas como la identidad, el sacrificio y la lucha por la autodeterminación. Su resonancia en el ámbito hispánico radica en su capacidad para dialogar con el pasado sin caer en la repetición, y en su maestría para convertir la guerra en un espacio de exploración poética y filosófica.
Asimismo, la obra representa una reivindicación del papel de la mujer en la historia y en la literatura, inscribiéndola en la tradición épica sin reducirla a mero símbolo. Su lenguaje, marcado por una cadencia rítmica y una riqueza expresiva, refuerza el vínculo entre lo narrativo y lo poético, haciendo de esta pieza un testimonio de la vitalidad de la literatura hispánica contemporánea.
Historia de la doncella que fue a la guerra se erige como una obra de gran calidad artística, profundamente anclada en la tradición literaria hispánica, pero con una voz propia y renovadora. Su equilibrio entre la épica y la lírica, su riqueza simbólica y su capacidad para dialogar con referentes como Martí y Alberti la consolidan como una contribución excepcionalmente valiosa dentro del corpus de la literatura en español.
Elizabeth Soroka,
White Plains, New York, 2019.
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HISTORIA DE LA DONCELLA QUE FUE A LA GUERRA
(Noticias de guerras)
Cuando anunciaron las guerras
de Francia contra Aragón,
don Martín ya estaba viejo,
sin fuerzas, sin condición:
—¿Cómo ayudaré? ¡No sirvo!
No puedo andar sin bastón
y esta espalda se me encorva...
¿Me cae una maldición?
¡para servir a mi rey
no tengo un hijo, un varón!
“No te desveles, mi padre”
—le dijo su hija menor—;
“si tantas hijas trajiste
al mundo y ningún varón,
toma lo dado por dado,
no busques tentar a Dios,
que yo tomaré tus armas
e iré a la guerra por vos...
¡Nada notarán si marcho
vestida como varón!”
[Canta ahora la niña en tono desenfadado,
como para aliviar la tensión que embarga a don Martín].
¡Chururuí-apa,
chururuí, chururuí-apa,
chururuí-paroba!
... No te desveeeles, mi padre,
y escucha con atencióóón:
toma lo dado por daaado,
no quieras teeentar a Dios.
Toma lo daaado por dadooo,
si el tiempo lo quiso asííí...
yo tomaré,
yo empuñaré...
yo tomaré tus aaarmas
e iré a la guerra por ti;
yo tomaré tus armaaaas
e irééé...
a la guerraaaaa...
por tiiiiiiiiii í iiiiiii...
¡Chururuí-apa!
* *
*
(Inquietud del padre)
“¡Nada notarán si marcho
vestida como varón!”
“¡Nada notarán si marcho
vestida como varón!”
Las palabras resonábanle
en lo hondo del corazón
como un eco a don Martín;
él, todo preocupación.
“¡Nada notarán si marcho
vestida como varón!”
“¡Nada notarán si marcho
vestida como varón!”
—¡Te descubrirán! Tus ojos,
hijita, muy bellos son.
—Yo los cubriré, no temas,
o iré de espaldas al sol.
—¡Te descubrirán! Tus pechos
no lleva ningún varón.
—Con mi coraza de acero
los ocultaré los dos.
—¡Te descubrirán! Tus pies,
hija, pequeñitos son...
—¿Quién lo sabrá si las botas
las lleno con algodón?
“... Nada de esto, padre, importa;
solo importe que mi voz
responderá cuando llamen
‘¡Martín!’, en el batallón...”
—¿Te llamarás don Martín...
como me llamaba yo!
* *
*
(Una marcha militar)
[Se escucha una marcha militar. Mientras se desplazan, los soldados corean y cantan: ]
¡Un, dos, tres!
¡Un, dos, tres!
Tomo la espada guerreeera,
ciño el escudo, el lanzóóón,
pooorque mi patria me espera,
¡terruño, nombre y honor!
¡No pasarán los terribleees!
¡Soldados, no paaasarán!
¡No pasarán, insensibleees!
¡Villanos, no paaasarán!
¡Suenen trompetas al vieeento!
¡Doble el tambor su compááás!
¡Hoy le ha tocado a la guerraaa
el devolvernos la paz!
¡Jim! ¡Jop! ¡Jum!
¡Jim! ¡Jop! ¡Jum!
¡Suenen trompetas al vieeento!
¡Doble el tambor su compááás!
¡Hoy le ha tocaaado a la guerraa
el devolvernos la paz!
¡Jim! ¡Jop! ¡Jum!
¡Jim! ¡Jop! ¡Jum!
¡Jim! ¡Jop! ¡Jum!
[El canto se difumina en la medida en que las tropas se alejan... Y con ellas se aleja la doncella de los brazos de su padre...]
* *
*
(De las guerras y del amor)
Dos años anduvo en guerras
y nadie la conoció.
A todos pudo engañar
pero al hijo del rey no,
a quien el Amor tocaba
las cuerdas del corazón.
Dijo el príncipe a la reina,
temblando por la emoción:
—Ese caballero, madre,
no es un caballero, no.
—¿Cómo lo reconociste? -
la reina le preguntó.
—Subía el desfiladero,
pasó la tropa... ¡y pasó!;
y pude entrever la forma
más bella que Dios creó...
—Pues llévatelo contigo,
llega a la tienda a comprar,
que si es hembra el caballero...
corales querrá llevar.
(Su Alteza comprose prendas;
ella no quiso comprar...)
—¡Qué desatino, mi madre!
¡Sus ojos me han de matar!
¡Madre, esos ojos no miran:
roban el alma al mirar!
Sí; fue conmigo a las tiendas,
pero no quiso comprar...
—Pues llévatelo contigo
de viaje por alta mar
y como los marineros...
sus ropas querrá lavar.
(¡Don Martín permaneció
diez días sin desnudar!)
* *
*
(Canción de amor)
Divino adivinador,
¿hay flores de manzanilla
o jaboncitos de olor?
Hay un capullo de seda
y soles en arrebol
y hay una niña que monta
los potros del corazón.
¡Uhmmm, uhmm,
uhmmm!
Una voluntad partida
nunca funda una razón;
solo alumbra media tierra
la completa luz del sol,
y dos mitades enteras
ni son una ni son dos,
¡mejor me marcho, llorando,
y callo, adivinador...!
¡Y dos mitades enteras
ni son una ni son dos!
¡Mejor me marcho, llorando!
¡Mejor me marcho, llorando!
“¡Mejor me marcho, llorando!”,
el eco le respondió.
* *
*
(Los dos reyes enfrentados)
[Cada rey canta lo mismo, y a un tiempo, desde sus tronos opuestos. Cada quien, mientras canta, se señala a sí, repetidamente, con el índice vigoroso.]
¡Yo seré un rey poderooooso!
¡Yo seré un rey admiraaado!
De Oriente a Poniente, las tierras a vista,
¿a quién pertenecen?
¡A este rey!
¡A este reeey!
A este rey que ha sabido ganaaarlas
con solo la fuerza
letal de su brazo...
La fértil llanura, la estepa, las dunas,
a mí perteneeecen;
los montes erguidos, los picos hendidos
a mí perteneeecen.
¡Lalalau! ¡Lalalau!
¡La fama, la gloria, la pronta victoria
a mí perteneeecen!
¡Lalalau! ¡Lalalau!
¡Gloria a mí por siempre!
¡Oh, lalalau!
[La doble escena se diluye lentamente como si se tratase de nimbos de polvo, sin llegar a ser percibida por soldados y guerreros, que se empeñaban en ganar posiciones a uno y otro lado de la colina de Atocha para librar una batalla].
* *
*
(La batalla de Atocha)
A escasas leguas del pueblo
desierto de Torrecillas,
en la colina de Atocha
—esa erizada colina—,
penacho contra penacho
y pechera contra brida,
¡frente a frente tropezaron
las rudas caballerías!
Los francos acometieron
con saña, con bizarría;
los aragoneses—diestros—
simulan que se retiran
colina abajo...
Se adentran
los francos, ¡y se encaminan
franca y candorosamente
hacia una trampa tendida!:
a los francos por los flancos
les llegaban, ¡por miríadas!,
baturros que descargaban
toda la rabia enemiga.
Florent Gaspard de Gautier
(de lejos se distinguía)
percatose: los tres frentes
sus tropas disminuían;
ordenó tocar tambores,
enfiló colina arriba...
¡Los aragoneses vencen:
los de Francia se retiran!
Las huestes en desbanda
a Borgellá se encaminan,
se refugian en su Fuerte...,
accionan las levadizas
entradas de crudo acero,
y allí se reorganizan.
Los aragoneses luego,
en ataque de sorpresa,
con arrojo, pretendieron
ganar esa fortaleza.
* *
*
(El asedio del Fuerte de Borgellá)
En Borgellá fue distinta
la suerte de los franceses:
arqueros y ballesteros
salvaguardaron el Fuerte
del asalto despiadado
de infantes aragoneses.
Los franceses ripostaron,
¡y tantas eran sus flechas
que en el aire figuraban
una plaga de libélulas!
Por decirlo en las palabras
del infante Bizén Bielsa:
“Cada tanto nos caía
del cielo una nube negra”.
... El Fuerte de Borgellá
revelose inexpugnable;
los de Aragón se retiran
para evitar la debacle...
* *
*
(La ocasión inolvidable)
Una noche la doncella
queda en servicio de guarda
en la pequeña garita
del borde de la montaña.
Las horas transcurren lentas,
duras, tensas, grises, largas...
y entre cansancio y vigilia
se cierne la madrugada.
Los ojos de la doncella
percibieron una extraña
sombra de bastos perfiles
saltar por las barricadas.
Siente miedo, mas se mueve
hacia la sombra, la alcanza,
y repara en que no lleva
enseña en la indumentaria...
“¡Es un espía!” –se dice–
y la espada desenvaina;
hace eso mismo la sombra
al saberse acorralada.
Cara a cara los dos mozos
levantan las frías armas...
y al punto de descargar
la fatídica estocada
uno y otro, como chispas,
como fuegos, como ráfagas,
como tromba y remolino,
se lanzan duras miradas.
En la cumbre de ese instante
de violencia, las dos armas,
las dos almas, por conjuro
se hallaron petrificadas...
¡Todo quedó al albedrío
de las postreras miradas!
El contempló el blondo rizo
y los ojos esmeralda;
ella, la fina nariz
sobre el carrillo de plata.
Ella, la faz cristalina;
él, la sonrisa de nácar.
Él una fuente de Nubia,
ella una historia de hadas.
En esa extática cima,
ni él ataca, ni ella ataca...
—Soy el príncipe don Álvaro -
él dice con elegancia.
—Yo el caballero Martín -
ella responde, turbada
mientras retoca el cabello,
engrosando adrede el habla...
Así se sigue este lance:
Él sintió tener dos alas;
ella, cual si el corazón
—el arca de la esperanza—
con un zarpazo de amor
una fiera le arrancara...
Cuando él se dio media vuelta,
la percepción alterada
por la emoción..., ella, joven,
vio la melena y las garras...
* *
*
(La batalla con el Amor... del príncipe adolescente)
EL PRÍNCIPE:
¿Te llamas Cupido...?
CUPIDO:
Y Ensueño y Celaje...
EL PRÍNCIPE:
¿De qué son tus alas?
CUPIDO:
De plumas, de miel...
EL PRÍNCIPE:
¿Por qué luces arco de roble y cordel?
CUPIDO:
No llevo vestidos... Me sirve de traje.
EL PRÍNCIPE:
Cupido, Amor, Eros, Celaje... o Ensueño,
¿qué cosas hermosas yo siento si posas
tu dardo en mi pecho...? ¿qué obtengo, qué cosas
a cambio me entregas... si te haces mi dueño?
CUPIDO:
La lluvia te baña, la flor te perfuma,
el agua del río te ofrece su espuma
y un mundo de nubes aladas te inventas...
EL PRÍNCIPE:
¡Ya veo!
CUPIDO:
¡No ves!
Te cubren los ojos
dos ángeles buenos caídos de hinojos
e, igual que los ciegos, caminas a tientas...
* *
*
(Preparativos para la batalla campal)
Ya se aprestan los ejércitos
a la batalla campal
que habrá de darse en la vasta
llanura de Robledal,
situada a medio camino
entre Atocha y Borgellá,
tierras de zarzas y espinos
adoquinadas de sal.
Esforzados capitanes
reparten el arsenal.
Alabardas, lanzas, picas,
ballestas de arco y canal,
mazos, hachas, armaduras
y la espada medieval
ponen grande movimiento
en el cuartel general.
“¡Formen filas!” “¡Rompan filas!”
“¡Presenten armas!” “¡Girad!”
“¡Arrimad las catapultas!”
“¡Manténganse en su lugar!”
Rueda el concierto de órdenes,
los hombres vienen y van...
y la doncella guerrera
sueña un ambiente de paz:
¡quién se viera entre los suyos,
dichosa y en el hogar,
con la alegría en el pecho
y un pedacito de pan!,
¡quién se hundiera entre el boscaje
lluvioso de Portugal
con encinas, alcornoques,
abetos y pino albar...!
Oh, alma mía, en el fondo,
yo soy mi modesto hogar...
Esa noche la doncella
sueña, porque al despertar
ya no sabrá si habrá sueño
ni si se vuelva a soñar,
o si el sueño será un sueño
—vago como una espiral—
del que no se sale nunca
ni se despierta jamás...
Se vuelve a ver las estrellas,
y se tiende boca arriba;
la constelación de Leo
con refulgencia titila:
le dirige fijamente
una mirada... ¡la misma,
la exacta constelación
que en casa su padre mira
en el preciso momento,
por ocurrencia fortuita!
(pues se mueven sin saberlo),
y pasa que padre e hija,
con las almas levantadas
y las miradas oblicuas,
¡de esta forma misteriosa
y etérea, se comunican!
—Padre, del ancho cielo
me llegue tu bendición...
—Yo te bendigo, mi niña,
con todo mi corazón...
¡Las palabras, en el tiempo,
desfilaron sucesivas
como piezas de un adrede
tablero que se organiza...!
¡¡Vive Dios!! ¡Qué grande arcano!
¡Qué Voluntad infinita
el destino... ¿infranqueable?
de los seres... determina!
... ¡Hora final! Un suspiro.
La niña se echa a llorar.
De cierto, no para menos;
de cierto, no para más:
hombro con hombro, a la fuerza,
al alba se batirá;
si vuelve a ver las estrellas
solo Dios decidirá...
* *
*
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(La noche de don Martín)
Don Martin, valga decir
aquel don Martin real
de canos sesenta años
ya muy vividos, leal
feudatario de su rey
—quien se queda en el hogar
a la espera de su hija–,
se hace de dudas un mar.
¿Hizo bien al despedirla
para la guerra? ¿hizo mal?
¿Fue un cobarde, un pusilánime?
¿un desalmado, quizá?
... Solo porque propusiera
el quererlo suplantar
para salvarle el honor...
¿tenía él que aceptar?
El golpe de incertidumbre
lo hace trastabillar;
tropieza, y ese tropiezo
hace las iras tronar.
¡Con fueria quebró el bastón
y despedazó su chal!
Don Martín lloró muy solo,
en brazos de la ansiedad.
Él debía al soberano
los bienes y la heredad;
él suscribió ese convenio,
pactó por su voluntad:
a él le correspondía
tal servicio militar.
Su hija se fue a las guerras
por el honor paternal...
¿A qué salvar el honor
o atender al qué dirán
si el acto con que se salva
hace que se pierda más?
Así pensó don Martín.
Y ahondó. Y hundiose más
en unas cavilaciones
que no sospechó jamás.
¿Hasta dónde somos reos
por miedo a la adversidad?
¿Es este el orden del mundo?
¿es un orden natural?
¿Somos meras marionetas
sujetas a un accionar?
¿Creemos? ¿Por qué creemos?
¿No es distinta la verdad?
Y si hay verdades distintas...
¿es mi verdad la Verdad?
¿Qué buscamos, qué queremos?
¿Nos manda la necedad?
¿Somos, acaso, conscientes
de nuestra caducidad?
Un ermitaño que pasa
ve la casa en soledad.
Receloso, hacia ella grita
en un tono cautelar:
¡¿Se encuentra bien, don Martín?!
“¡Amigo Martín, ¿está?!
Su puerta ha quedado abierta,
se nota lumbre en su hogar...
Asida se halla la noche
y pronto amanecerá".
Y pasa, el anacoreta,
su paso lento al pasar...
Como una premonición,
como frase oracular,
cual una revelación
tomó Martín el pasar...
“Su puerta ha quedado abierta,
se nota lumbre en su hogar".
Las palabras del asceta
le empiezan a resonar...
“Asida se halla la noche
y pronto amanecerá”.
Las frases del eremita
persisten en resonar...
* *
*
(Anuncio de un breve, “breve” armisticio)
... Asida se halla la noche.
Propicias nuevas se dan:
“¡Armisticio de seis horas!”
“¡Armisticio de seis horas!”
¡Armisticio de seis horas!,
ya que reinos de ultramar
han enviado mensajeros
con ánimos de mediar
en pro de que tales guerras
resuélvanse terminar...
Cuatro llegan de Inglaterra,
cuatro del África austral,
cuatro de puertos de Oriente,
cuatro de tierras del Zar:
dieciséis embajadores
—de parte y parte—que van
a proponer otras formas
distintas de guerrear.
“¿Qué objeto tienen las guerras...”
—acierta a filosofar
el coro de mensajeros,
amigo del razonar—,
“si todos somos hermanos,
si no dura cada cual
más que la tierra o el río
que lo habrá de sustentar?
¡Humanidad volandera
que nunca tiende a parar!
¡Corro de almas pasajeras
cuyo propio fin verán!
¿Dónde manda hoy Julio César,
tan augusto capitán?
¿O vive Alejandro el Grande?
¿no fue su suerte fatal?
¿Por asolar territorios
y hartarse de hambre imperial,
fue la muerte marrullera
sumisa con Gengis Kan?”
Y a seguidas manifiesta
su osada proposición:
—¡Ustedes, los propios reyes,
den carne a su Armagedón!
“¡De tal manera ahorramos!”
—a rayo y luz profirió—.
“¡En vez de cientos de miles
tan solo se pierden dos!”
Los monarcas en pendencia
tomáronlo muy a mal
y su arreglada respuesta
no la hicieron esperar;
sucintamente escribieron
en un edicto dual:
“El inmolarse en las guerras
no es para sangre real”.
Y cuando los mediadores
leyeron razones tales
firmadas por ambos reyes
—responsables principales—,
buscaron alternativas
juiciosas y racionales:
“Entonces, si no los reyes...
¡combatan los generales!”
“De tal manera se ahorra”
—alegan con sensatez—.
“¡En vez de miles de hombres
se pierden apenas diez”.
Los generales rehúsan,
plantando contrademandas:
“...Y si morimos nosotros,
entonces, digan: ¿quién manda?
¿quién los mapas desenrolla
y diseña las batallas?
¿quién vela el flanco del rey
y le suple los informes?
¿quién lucirá las estrellas
doradas del uniforme?”
Oportuno ha respondido
el coro de embajadores:
“¿No queréis morir vosotros?,
¡que lo hagan los senadores!”
"En sus prestos hemiciclos
se sancionaron las guerras”,
dijo al punto el más certero
de los cuatro de Inglaterra.
“De tal manera sensata,
Sus Majestades, veréis:
¡en vez de miles de almas
se pierden cuarenta y seis!”
(...De súbito en los senados
entonose una canción
con donaires infantiles:
“¡La propuesta es taaan absurda,
matarile-rile-rile;
la propuesta no convieeene,
matarile-rile-rón!”)
* *
*
(Indignación en los altos mandos)
Los reyes, los generales,
las barras de senadores
confrontaron indignados
al coro de mediadores.
A los dieciséis, a vista
magnificente llamaron...
y así los reconvinieron,
así los recriminaron:
“Vuestra mediación ha sido,
para nosotros, afrenta...
Vosotros, embajadores
que nada sabéis de guerras...,
sabed: ¡Os levantaremos
en el tono más enfático
por sandez e ineptitud...
un protesto diplomático
a las naciones amigas
que tan mal representáis!
Mas, ¡ea!, si habéis querido
que peleemos nosotros
tan lindamente, ¡insensatos,
mejor pelead vosotros!
¡Adelantad! ¡Atreveos!
¡Coraje! ¡Tomad las armas!
¡Veremos si os protege
vuestro ángel de la guarda
del avance de la pica
y el filo de la alabarda...!”
Con una risita fina
y repetida, con algo
de sorna, el historiador
—por las dos cortes pagado—
ha dicho: “Son unos tontos
de solemnidad los malos
mediadores... Desconocen
el esencial postulado
de que en materia de guerras
morir es del hombre llano...”.
... Dicho esto y repetido
en un tono suficiente,
entregáronse a reír
a mandíbula batiente
el historiador, los reyes,
los nobles, los comitentes...
* *
*
(La violenta lucha)
El grupo de intercesores,
fingiéndose amedrentado,
ve en sus manos la ocasión
que tanto había esperado...
—Es noble nuestra tarea
y es alta nuestra misión
—han dicho—. Sí; lucharemos,
mas con una condición.
“¿Cuál es esa condición?”
inquieren, juntos, los reyes.
—¡Que aceptéis el desenlace
que obtengáis, fuere cual fuere!
Y cuando los cuerpos nuestros
veáis rodar por la tierra,
proclaméis solemnemente:
“¡Han terminado las guerras!”
“¡Han terminado las guerras!”
Los monarcas enfrentados
así se comprometieron,
estrechándose las manos
al modo de caballeros.
Y agregaron: “¡Salvo el caso
del Creador y sus leyes,
nada exista más sagrado
que una promesa de reyes!”
Y, prestos, los mediadores
—como ocurre en el teatro—,
de una batalla violenta
rindieron un simulacro.
¡Se prendieron, se atacaron
en su guerra sin cuartel
con lanzas de fantasía,
con espadas de papel!
¡Ah, pavor!
¡Ah, no: sabor!
¡Las mazas con que se dan
son enormes, suculentas,
horneadas masas de pan!
... Pasado un tercio de hora
rodaron todos por tierra,
y los reyes proclamaron:
“¡Han terminado las guerras!”
“¡Han terminado las guerras!”
... Como todos los guerreros
caen a un tiempo, postrados,
se logra el mejor final:
“¡Ambas partes han ganado!”
Fuerte, vivaz vocerío
remonta a poco las sierras:
“¡Han terminado las guerras!”
“¡Han terminado las guerras!”
... Y las ansias del soldado
se expresan con emoción:
“¡Haya paz en toda Francia
y haya paz en Aragón!”
* *
*
(El otro desenlace)
Cuando terminan las guerras
y el deber cumplido está,
el “caballero” Martín
quiere a casa retornar.
Muy antes que los desfiles
se lleguen a organizar,
“don Martín” pide licencia...
Quiere a casa retornar.
(No se comparan las armas
con la aguja y el dedal...
El “caballero” Martín
quiere a casa retornar).
—Puentecito, puentecito
del río de mi lugar,
¡gracias a la Providencia,
viva te vuelvo a pasar!
¡Campanillas de mi iglesia,
cómo os oigo repicar!-
El “caballero” Martín
quiere a casa retornar...
Cuando va lejos, muy lejos,
muy lejos de donde dan
los vítores, dice:—¡Adiós,
adiós Palacio Real,
adiós príncipe don Álvaro,
adiós señor natural,
que dos años te ha servido
la niña de Portugal!
Resulta que la escuchó
el mensajero real...
¡El hijo del rey confirma
lo que hubo de sospechar!
Montó un caballo rodado,
el más brioso animal...
¡pobrecitos de los príncipes,
sin alas para volar!
Corrió a galope tendido,
corre, corre y corre más...
Montó un caballo roano,
montó un caballo alazán,
agotó siete caballos...
¡y no la pudo alcanzar!
* *
*
(Canción de amor/ variante)
Divino adivinador,
¿hay flores de manzanilla
o jaboncitos de olor?
Si hay un capullo de seda
y soles en arrebol
y hay una niña que monta
los potros del corazón,
da la respuesta certera,
¡di: “jaboncitos de olor
y flores de manzanilla"!,
divino adivinador...
* *
*
(Epílogo)
Así concluye el relato
del amor y las batallas:
Los pueblos juran la paz,
fundieron todas las armas
e hicieron –bajo el fulgor
de una inmensa llamarada–
con el metal refundido,
instrumentos de labranza...
—Herrero, ¿de dónde vienes,
que cantas...?
—¡Soy de Aviñón!
—¡Entrego a tus altos hornos
mi espada...! ¡Dame una hoz!
—¡Mercader que te desplazas
desde la Ceca a la Meca,
por un puño de frijoles
esta armadura se trueca...!
... Y el más hermoso milagro
de los hombres sucedió:
en vez de pertrechos de armas
llevaban trigo y arroz.
Otra parte que olvidaron
los relatores de antaño:
Esa paz que se lograra
duró por cuarenta años...
hasta que el hombre reencuentra...
sus delirios de grandeza...
y se entrega a sus pasiones...
y esta historia recomienza...
FIN
Leopoldo Minaya
Nota: De este Nuevo romance de la doncella guerrera existe una edición oral, resumida, musical, con efectos de sonido, en voz del autor, fechada en 2007 en Santo Domingo.
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