—Vago gris de huracán.
Garra del pecho.
Alto día otoñal.
Violentas hojas.
Saludé cada árbol
que encontré por mi paso.
Estreché cada rama
en señal de amistad.
Franca delectación,
sirvo el añejo.
Soy la liebre incorpórea.
Aquí reposo.
Soy la cara que sale
del espejo.
Soy yo mismo. Soy tú.
Y soy el otro.
Sublime paridad
de los reflejos:
quien lo dijo lo ha dicho
por nosotros.
Nos vincula el pensar
de las arenas,
la llena vaciedad
del cuenco roto,
el radio, el centro,
el doble semicírculo,
el viraje final
y los redondos
designios que a un compás
se precipitan...
(los chubascos empapan
todo a todos).
¡Franca delectación,
sirvo el añejo!
¡Soy la liebre incorpórea!
Aquí reposo.
Mas,
¿no es la cara de dentro
del espejo
la que alienta y lo empaña
con su soplo?