Juan Meléndez Valdés

Cual un claro arroyuelo

ODA XLV
Los recuerdos de mi niñez

Cual un claro arroyuelo
que con plácido giro
por la vega entre flores
se desliza tranquilo,
 
tal de mi fácil vida
los años fugitivos
entre risas y juegos
cual un sueño han huido.
 
Veces mil este sueño
repaso embebecido,
sin poder arrancarme
de su grato prestigio.
 
Doquier en ocio blando
y entre alegres amigos,
pasatiempos y bailes
y banquetes y mimos;
 
las rosas de Citeres,
con los dulces martirios
del Vendado, y a veces
de Baco los delirios;
 
esperanzas falaces,
y brillantes castillos
en el viento formados,
por el viento abatidos,
 
coronando las Musas
los graves ejercicios
de Minerva, y el lauro
con que se ornan su hijos.
 
Aquí entre hojosas calles
mil encantados sitios,
que aduermen y enajenan
por frescos y sombríos;
 
más allá en los pensiles
de la olorosa Gnido
del pudor y el deseo
mezclados los suspiros;
 
y allí de las delicias
sesgando el ancho río,
que brinda en sus cristales
de todo un grato olvido.
 
Con codiciosa vista
su alegre margen sigo,
y a sus falaces ondas
sediento el labio aplico.
 
Voy a saciarme, y siento
que súbito al oído
me clama el desengaño
con amoroso grito:
 
«¿Dónde vas, necio?, ¿dónde
tan ciego desvarío
te arrastra, que a tus plantas
esconde los peligros?
 
Contén el loco empeño:
ese ominoso brillo
que aun te fascina iluso
va a hundirte en el abismo.
 
De tus felices años
pasó el verdor florido,
y las que entonces gracias,
hoy se juzgaran vicios.
 
Ya eres hombre, y conviene
dorar arrepentido
con virtudes y afanes
los errores de niño».
 
Yo cedo, y del corriente
temblando me retiro;
mas vueltos a él los ojos
aun suspirando digo:
 
«¿Por qué, oh naturaleza,
si es el caer delito,
tan llana haces la senda,
tan dulce el precipicio?
 
¡Felices seres tantos,
cuyo seguro instinto
jamás sus pasos tuerce,
jamás les fue nocivo!»

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