Todo se ha muerto ya cuando contemplo
tus senos de ceniza entre las hojas
doradas de un silencio
grave como la espada vertical
con que todo se corta.
Cuando contemplo el cáliz de tu rostro,
mi graal absoluto,
tan lejos en espacio como en tiempo
y en su combinación de alejamiento
intrínseco.
Cuando contemplo el fuego de tus brazos
ardiendo entre los dólmenes que sueñan
bajo la luz verdosa de los claros
del bosque.
Toco tu corazón con mis palabras
que apenas son humanas por tan ciegas
y mudas en lo inútil;
porque grabar estelas es trabajo
de enterrador y no de amante.