En tus aras quemé mi último incienso
y deshojé mis postrimeras rosas.
Do se alzaban los templos de mis diosas
ya sólo queda el arenal inmenso.
Quise entrar en tu alma, y ¡qué descenso!
¡qué andar por entre ruinas y entre fosas!
¡A fuerza de pensar en tales cosas
me duele el pensamiento cuando pienso!
¡Pasó!... ¿Qué resta ya de tanto y tanto
deliquio? En ti ni la moral dolencia,
ni el dejo impuro, ni el sabor del llanto.
Y en mí ¡qué hondo y tremendo cataclismo!
¡qué sombra y qué pavor en la conciencia,
y qué horrible disgusto de mí mismo!