¡Qué piedad por los muertos vas a tener, Señor,
si ya tu voluntad los ha matado,
si ya los has hundido, para siempre,
en un silencio eterno y sin descanso!
Sangran los muertos, sangran. Los golpeas
con el tiempo implacable de los años;
los desintegras de la tierra oscura,
los pudres a furiosos latigazos.
Te comprendo, Señor; veo tu juego,
tu total e infinito solitario.
Juega, juega, Señor, pero perdónanos
la carne que nos diste, por matarnos