Brizna de eternidad, voy por el sueño
que el mismo Dios, en esta noche, duerme.
Celeste azul, donde un ángel sombrío
ha incendiado la estrella del poniente.
Aquí, en la tierra, donde el hombre habita,
ha doblado el terror su negra frente.
Duerme, duerme el Señor, duerme sin ojos,
en la noche total que lo sostiene.
Podéis amar, que su mirar terrible
no ha de saber lo que los cuerpos quieren;
dejad que el corazón baje a la tierra
y moje la raíz en su corriente.
¡Amad, amad! Todo el dolor del mundo
su caliente huracán desencadene,
y sea solo amor, que duerme el odio
que al fondo del amor brillaba siempre.
Pero, Señor, tu eternidad ardiendo
jamás podrá apagarse en esta frente.
Tus hondos ojos, desde mí, te miran,
un sombrío velar, hasta la muerte.