Jorge Eduardo Eielson

A un ciervo otra vez herido

Desdicha es del presuroso ciervo, el cielo
A sus gloriosas astas confinado,
El aire que en fruición, lejos del suelo,
Es como fruta que el vuelo ha devorado.
 
Raudo descendido con azul cuidado,
En tan amable invierno, blando herido,
De sangre y yerba y polvo coronado,
Su cuello palpitante es el zumbido.
 
¿Quién la miel de sus párpados supiera,
Ciervo, sobre sus turbios ojos, así herido
En medio del bosque, cual si fuera
 
Otro oscuro ciervo de sí mismo desprendido?
¡Oh níveos pámpanos, oh vida, oh hermosura,
Ya todo un ciervo que se muere de blancura!

Reinos. Lima 1944.

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