A Las diez cuando cruza la tristeza
y la noche en la voz se me resbala,
el silencio del cuarto pierde un ala
y la luz de mi lámpara bosteza.
A las diez cuando dejo mi cabeza
en el búcaro ronco de la sala,
la angustia que se aburre de ser mala
se esconde en el espejo cuando reza.
Y a las diez cuando sangra en esta historia
el aroma temprano de tu pecho,
la mirada que suda aquí en el techo
me lanza en un asombro destejido
sobre un ave que vuela hacia el olvido
a posarse otra vez en tu memoria.
Jesús Álvarez Pedraza