Huele a tormenta el corazón del mar,
a silencio que patina en el crepúsculo con las arterias de las aguas
que habitaron nuestras bocas
en aquél otoño de los huesos florecidos
cuando salieron tus pasos
a esconderse entre los ecos
de una roca abandonada.
Te ruego que lo recuerdes,
hablábamos con el humo
de los cigarrillos,
con la humedad de la noche,
cómplices de los retratos
y de los rostros de la juventud
que nos observaban
con sus pupilas de espejos
en sus carrosas de atardeceres.
Hoy se irán a dormir las gaviotas
mas temprano que de costumbre
a un laberinto del insomnio
donde caminan descalzas
las últimas hojas
que nos besaron los pies.
No lo olvides.
Alli nos esperarán
antes que anochezca de nuevo
en el techo de mi patio.
Jesús. Álvarez Pedraza