Isabella

Errar

Equivocarse es absurdamente humano.

En ocasiones
mis acciones se sienten
cómo desaciertos,
mis palabras
cómo fuego,
mis manos
cómo hierro
y
no es porque
así lo quiera yo.
 
He visto a la gente
equivocarse
y pensé que
también lo podía hacer yo.
 
Me he equivocado
y he llegado al punto
de aprender del error,
es un maestro
necesario.
 
Pero nunca quise,
ni he querido evocar
hacia otros
sentimientos
de frustración,
de dolor
o de odio.
 
No quiero que las cosas
me duelan mil veces,
ni sacrificarme por
algo o alguien.
 
¿Acaso es necesario
el látigo, la culpa,
el rencor, aún cuando la que se
ha equivocado soy yo?

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