En la casa PROHIBIDA,
dentro de la memoria,
cerrada por el íntimo candado del olvido.
Las cuerdas de mi voz lanzan su red y arrastran
el cardumen del aire por pasillos de polvo,
así llego al jardín donde pesco a mi padre:
Se distrae el ingrávido
rompiendo los terrones de la noche,
cosecha el abandono que en su nombre cultivo.
Así lo pierdo,
entre el murmullo amargo
que enturbia los recuerdos
y el espejo quebrado que ocupa la mirada
es fácil deslizarse.
Esa es mi condición.
Volar hacia mi casa
con pasos infantiles
es el pueril intento.
Mi condición es el exilio,
de habitante en la sombra
que yace a ras del mundo,
y que por gravedad en lo que ronda
gasta, a tientas, sus pasos.
Mi paso repetido es la cadena
que rompo con la fuerza de mi lengua
aun después de este tiempo y su intemperie.
La libertad que nace en el poema,
y que cubre de rosas mi ventana
mezcladas con las ondas calientes del jazmín,
deja a papá, lluvioso, recorrer la mañana.