José María Heredia

Contemplación

¡Cuán inmenso te tiendes y brillante,
Firmamento sin límites! Do quiera
En el puro horizonte iluminado
Por la argentada lumbre de la luna,
Te asientas en el mar. Las mansas olas
Del viento de la tierra al blando soplo
Levemente agitadas, en mil formas
Vuelven la luz serena que despide
La bóveda esplendente, y el silencio
Y la quietud que reina en el profundo,
Llevan el alma a meditar.
                                           ¡Oh cielo!
¡Fuente de luz, eternidad y gloria!
¡Cuántas altas verdades he aprendido
Al fulgor de tus lámparas eternas!
De mi niñez en los ardientes días
Mi padre venerable me contaba
Que Dios, presente por do quier, miraba
Del hombre las acciones, y en la noche
El cielo de los trópicos brillante
Contemplando con éxtasis, creía
Que tantas y tan fúlgidas estrellas
Eran los ojos vivos, inmortales
De la Divinidad.
                                   Cuando la vista
A la región etérea levantamos,
Atónitos en ella contemplamos
Del Hacedor sublime la grandeza.
En el fondo del alma pensativa
Se abre un abismo indefinible: el pecho
Con suspirar involuntario invoca
Una felicidad desconocida,
Un objeto lejano y misterioso,
Que del mundo visible en los confines
No sabe designar. La fantasía
Al recorrer la multitud brillante
De soles y sistemas enclavados
En su gloriosa eternidad, se humilla
Ante el Creador, y tímida le adora.
 
Las leyes inmortales que encadenan
Esta celeste fábrica, y los astros
En elíptico giro precipitan,
No desdeñan del hombre la miseria,
Y con profundo universal acento
Le dictan su deber. En todo clima,
Del polo al ecuador, su voz augusta
Beneficencia y paz impone al hombre,
Que de pasiones fieras agitado
Turba con su furor el triste globo,
Y a error, venganza y ambición erige
Sangrientos y sacrílegos altares.
 
Alma sublime, universal, del mundo,
Que en los humanos pechos colocaste
La semilla del bien, la mente mía
De la santa virtud por el sendero
Dígnate dirigir: abre mi oído
Al grito del dolor; haz que mi seno
De la tierna piedad guarde la fuente,
Y a la opresión, al crimen insolente,
Pueda arrostrar con ánimo sereno.

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