Como el conocido señor Jourdain, que a los cuarenta años aprende de su profesor de filosofía que ha estado hablando en prosa sin saberlo, bien pudiera decirse que no pocos prosistas, y de los muy principales, hablan con frecuencia en verso cuando escriben, sin que se den cuenta de ello. Monsieur Jourdain era un tonto, un vanidoso, que ansiaba mezclarse a la nobleza de la corte. Molière se burla de él –o de lo que Molière ha logrado encarnar en ese personaje– mediante una sátira ya inmortal contra los aprovechados y arribistas, imbéciles por añadidura, que todo lo sacrifican en el altar de una frívola ambición.
Sólo que en cuanto a los prosistas “con-versos”, el asunto es de menos importancia, pues falta en ellos la conciencia de versificar en prosa tanto como privaba en el protagonista de El burgués gentilhombre el afán de ser llamado noble caballero, alteza o monseñor. Tampoco es el verso su medio expresivo natural, del que, sin embargo, tuvieran conciencia súbita luego de la advertencia de un instructor. En esos prosistas los versos hay que rastrearlos, perseguirlos, sacarlos de entre la sólida malla tejida por las palabras; aislarlos, en fin. Cierto día caemos en la cuenta de que existe un deporte tan entretenido, y ya no se nos pasará el gusto de él. En lo que me toca, sé decir que tengo crucificados libros y libros, y que en algunos casos he llegado a encontrar en prosa no ya versos sueltos, sino estrofas cortas compuestas de versos seguidos, consecutivos, como verá el que leyere hasta el final.Tomemos a Cervantes: Desde las primeras palabras del Quijote, podemos separar dos versos octosílabos:
Más adelante los octosílabos son bien netos, bien puros:
Están disimulados entre las líneas finales del prólogo del texto inmortal. Si el lector nos acompaña, no tardaremos en dar con el capítulo IV, de la primera parte del Quijote, donde su autor escribe (en prosa, por supuesto):
En el capítulo VI, dos octosílabos tan perfecto como los anteriores:
Los que vienen enseguida no son ya octosílabos, sino versos de 9 y 12:
Si de la prosa de autores clásicos, caemos a la de los modernos, encontraremos la misma cosa. Este es Valle-Inclán. (Claro que la decoración varía, pues aquí nos hallamos en pleno modernismo):
Esta misma tarde principié a picar
la trocha que va
desde el caño Eré hasta el Tamboriaco
[...]
Esclavo, no te quejes de las fatigas,
preso, no te duelas de tu prisión.
[...]
Desperté con el alma ensombrecida
por la tristeza, huraño y nervioso.
[...]
los huesos de mi hijo
son mi cadena.
Los versos que ahora vienen pertenecen a la prosa de Cien años de soledad:
Revolución y Cultura, Servicio Especial EFE, S.A., H-1982.