Quiero ver al hombre del faro,
quiero ir a la peña del risco,
probar en su boca la ola,
ver en sus ojos el abismo.
Yo quiero alcanzar, si vive,
al viejo salobre y salino.
Dicen que sólo mira al Este
—emparedado que está vivo—
y quiero, cortando sus olas
que me mire en vez del abismo.
Todo se sabe de la noche
que ahora es mi lecho y camino:
sabe resacas, pulpos, esponjas,
sabe un grito que mata el sentido.
Está escupido de marea
su pecho fiel y con castigo;
está silbado de gaviotas
y tan albo como el herido
¡y de inmóvil, y mudo y ausente,
ya no parece ni nacido!
Pero voy a la torre del faro,
subiéndome ruta de filos
por el hombre que va a contarme
lo terrestre y lo divino,
y en brazo y brazo le llevo
jarro de leche, sorbo de vino...
Y él sigue escuchando mares
que no aman sino a sí mismos.
Pero tal vez ya nada escuche,
de haber parado en sal y olvido.