En donde Chile cansado
por fin de rutas y espacio
quiere morir como todos,
gacela, coyote o ganso,
él empecinado aún
ojea acalenturado
la nidada de las islas
fuera de ley y de hallazgo;
pero se acabó su reino,
su voluntad y su mando,
y se queda en Puerto Montt,
como amante defraudado,
vencido el ojo de polvo,
una vez por fin exhausto.
¿Qué va a hacer el peregrino,
el trotamundos mirando
la danza de las cien islas
que ríen o están cantando?
Viene una aguda fragancia,
una incitación, de coro báquico de niñas
tiradas a la mar libre,
vírgenes pero embriagadas.
Yo no les sigo el canto,
maña, locura ni danza.
Todas ellas son hermanas,
pero por la niebla vaga
unas parecen figuras;
todas están bautizadas
y, como las Gracias, todas
son donosas y alocadas.