Xanti - Bré

TÍA TOMASA LA PARTERA

Pa la que trajo medio Guiju al mundu, sin más luz que’l candil y les manos con alma

Tía Tomasa yera chica, encorvá y to pelleja,
pero tenía un poder que nin brujas nin monjas ajeja.
Con un cinto amarrau al lumbri, y un pañu en la mollera,
bajaba de la llera a pie, entre piedra y chicharra vera.
 
Con una taleguina d’algodón y ruda seca,
un diente d’ajo, dos candelas y la oración de la Rebeca.
Decíe: “¡Ya vieni la criatura, callai y dejal pasal el aire!”
Y se remangaba las sayas sin hacel espavientos nin aire.
 
“¡Aguanta, hija, que lo que vieni es de Dios y tuyo!”
mientres apretaba los muslos como quien trincha un capuyu.
Y el mozu salía, o la moza, chillandu con to el fuelle,
y ella, sudá, echá palantre, sin ni miral la estrelli.
 
Nun cobrabia na, solo un huevo, un puñaú de harina,
o un chusquín de chorizu que sobró de la matancina.
Y si venía el fríu, iba a jatas, entre lodo y escarcha,
porque nin el hielo paraba a la Tomasa en la escaramarcha.
 
Los médicos del cabildru se reían por lo baxu,
pero toas las comadres sabían que valía más que un via crucis y un tajo.
Y cuando alguna se torcía, “¡A llamal a la Tía Tomasa!”,
que aunque no tuvía carrera, tenía el cielo en la casa.
 
Curaba con rezos, escupíos, y una mano en la barriga,
y la otra en la frente, diciendo: “Esto no es na, chiquilla.”
Los mocinos le deben el aire y los besos primeros,
y los padres le daban la gracia con dos leños y unos ciruelos.
 
Y si una vez la llamaron tarde y el neñu no resollaba,
lloró la Tía Tomasa sin ruido, pero temblaba.
Porque pa ella, cada parto yera un cachu d’alma que se daba,
y en cada gritu nuevu... el mundu otra vez empezaba.

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