Mis señales: la cáscara
arrojada en el naranjal; una baraja
aparecida en la ventana, un cigarrillo en el umbral
y al filo del amanecer; el relincho de un potro
al borde del maizal; algo que se presienta en el aire
como la avecinación de la lluvia
o el paso de un felino aproximándose.
Serán así mis señales.
Y mi mensaje: una hoguera
en el descampado, en la quietud de la noche,
una llama ardorosa permanentemente prendida
en esas lomas, con sus costumbres de atraerte
centelleando a tu lado, besándote los pies, el muslo inquieto,
hoguera terrible con la muerte y la vida en sus fulgores.
Por donde mires
la señal será tuya; por donde vayas
tendrás la huella del hombre, el halo de su poncho de estrellas,
el olor que ha dejado a su paso, el beso
que abrió el portón yendo a tus fondos; por donde busques
hallarás mi presencia, mi sobrero mojado en el sereno,
porque te habré dejado mitad de mi fragancia,
mitad de mi aflicción y mi aventura, mitad del alborozo y del recato
de ese instante en que juntos arrojamos un eco en el silencio,
carbón al horno ardiente.