Un día desperté con un vacío profundo,
un eco en mi pecho, un silencio rotundo.
La vida que llevaba, monótona y gris,
ya no despertaba emociones en mí.
Sentía un cansancio que no era normal,
una sed de cambio, un llamado vital.
Las cosas que hacía, las metas que perseguía,
ya no resonaban, el alma no las sentía.
Y entonces llegó, como un rayo de luz,
una fuerza interna, un nuevo impulso, una cruz.
Un cambio potente en el corazón latente,
un despertar a la vida, un nuevo presente.
Los miedos se fueron, la duda se esfumó,
la pasión ardía, el alma se encendió.
Un nuevo camino se abría ante mí,
lleno de colores, de sueños por vivir.
Con paso decidido, con la frente en alto,
abracé el cambio, lo hice mi estandarte.
Y en ese instante, supe que era libre,
dueño de mi destino, dueño de mi ser.
Ya no hay vacío, el eco se ha ido,
mi corazón late con ritmo encendido.
Un potente cambio transformó mi existir,
y ahora vivo con ganas, con ganas de sentir.