Palomas blancas rozan mis mejillas,
como un eco de alas que no callan,
un vuelo tibio, tenue, que regresa
a encender el amor entre las brasas.
Si llegas, amante, y perdonas todo,
si arrancas de mi voz su amarga queja,
juro por las estrellas de esta noche
que mi alma será luz y no tiniebla.
Las palabras arden, y son cenizas,
o pájaros de fuego que se enfrentan,
como si en su combate desgarraran
migajas de la fe que nos sustenta.
Ven, ámame en la sombra, en lo perdido,
desata de mi piel las negras hiedras,
y cubre con tus labios esta historia
de sueños rotos y de noches llenas.
Mi lecho te reclama, está vacío,
mi almohada guarda huellas de tu rostro,
y aunque la niebla insista en atarme,
te siento y mi latido es ya otro.
Soy aquella que amaste en otro tiempo,
la misma que ahora canta y se asemeja
a lo eterno, al reflejo de tus ojos,
a la llama que nunca se dispersa.