Me di cuenta de que un poeta se podía sentir como un rockero,
cuando las palabras son cuerdas que vibran en el silencio,
cuando cada verso es un grito, un incendio,
y el alma, una guitarra eléctrica pulsada por el viento.
Me di cuenta de que las metáforas son acordes rebeldes,
y los sentimientos, un estruendo que rompe el pecho;
la poesía, un escenario donde el mundo se desviste,
y el poeta, un solitario que enciende cada reflejo.
Las palabras no solo cantan, también rugen,
y en su eco, el poeta siente el vértigo de la multitud;
aunque esté solo, en un rincón bajo la luna,
sus versos son banderas que ondean sin censura.
Porque un poeta, como un rockero,
es un creador de tempestades,
un tejedor de himnos para almas desnudas,
un rebelde que enciende luces en noches de oscuridades.
Me di cuenta de que la poesía y el rock
tienen la misma sangre que fluye con furor:
son gritos que retumban en lo más hondo,
la libertad que nos rescata del temor.