Llevas el rencor atado a la garganta,
como un nudo que quema sin descanso,
te consume en su fuego, en su remanso,
y en su eco, tu alma se quebranta.
Lo siembras con palabras afiladas,
con miradas de piedra y de reproche,
y en la noche, su sombra te despoje
de la paz que en tus manos fue robada.
Caminas entre muros de amargura,
con las huellas marcadas en ceniza,
aferrado a un ayer que no perdona.
Más el odio es su propia sepultura,
y quien carga su peso se desliza
hacia un pozo sin luz que lo aprisiona.