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Elideth Abreu

Ruinas de oro

 
Qué frágil la piel que un día fue deseo,
qué torpe el paso que danzó sin miedo,
qué inútil la boca que dijo promesas
y hoy calla en la sombra del espejo.
 
La vejez es un vino amargo,
es un festín donde ya no te invitan,
un perfume olvidado en la piel de otro,
un aplauso que se ahoga en la distancia.
 
Hubo un tiempo de cuerpos en llamas,
de risas clavadas en las madrugadas,
de besos que no temían el alba.
Pero ahora, ¿qué queda?
 
Solo el eco de un nombre gastado,
el resabio de una gloria que nadie recuerda,
el peso de los días,
como un fardo que nadie quiere cargar.
 
Y sin embargo,
aún quedan las palabras.
Aún queda el veneno dulce
de escribir contra el olvido.

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