Del alma saco una pena,
que por ser pena es amarga,
y aunque el corazón descarga,
su herida nunca serena.
En las noches sin condena,
bajo el manto de la luna,
la tristeza se importuna
y en sus sombras se disfraza,
mas la esperanza se abraza
a la luz de la fortuna.
El viento lleva suspiros
de un dolor que no se exhala,
y en su brisa se señala
el eco de viejos giros.
Los campos son los testigos
de lágrimas y consuelo,
donde el cielo azul y el suelo
se confunden en un llanto
que, aunque profundo y quebranto,
se disuelve en su desvelo.
Las montañas guardan voces
de pesares olvidados,
y en sus ecos renovados
se esconden viejos goces.
Las aves en sus albores
cantan himnos de esperanza,
y en su trino la balanza
inclinada hacia la vida,
hace que el alma herida
encuentre nueva pujanza.
En el reflejo del río,
veo el pesar de mi alma,
que en la corriente se calma
y se lleva mi desvío.
La naturaleza, en brío,
me ofrece su abrazo tierno,
y aunque el dolor sea eterno,
la paz en su canto mora,
y cada aurora implora
un renacer más moderno.
Voy hilvanando recuerdos,
en la trama de mi mente,
donde el dolor, persistente,
se convierte en susurros.
Cada lágrima que pierdo
es semilla en el camino,
y en el campo, mi destino,
florece en nueva esperanza,
donde el alma, en su balanza,
encuentra su peregrino.