Oh, Mea Shearim, santuario consagrado
refugio de lo eterno, bastión de la verdad
tu pulso es un himno de fe y de piedad
un eco del pasado en piedra resguardado.
Tus puertas, cual guardianes de un tiempo suspendido
resisten los embates del fugaz devenir
y el alma que en tus calles aprende a persistir
se aferra a la Torá, en su seno escondido.
En tus hombres, sombreros son alas de un espíritu
y peot que se enroscan cual raíces al suelo
sus rezos son columnas que apuntan hacia el cielo
su andar, firme y austero, un mensaje explícito.
Las mujeres, modestas, son lirios de pureza
con su cabello oculto bajo un manto sutil
y en su porte hay un canto sereno y juvenil
que exhala dignidad, modestia y fortaleza.
Oh, barrio inmaculado, memoria hecha muralla
tu espíritu es un faro que nunca se ha apagado
y aunque el mundo se quiebre, por siglos desgarrado
en ti perdura el tiempo que la fe no avasalla.