Se quiebra el firmamento en astros rutilantes,
la noche se alza en éxtasis de un oro cruel,
la hora fatal murmura sus notas vibrantes,
y el tiempo, inexorable, transita su hiel.
Los ecos del reloj, cual flechas incesantes,
se clavan en el alma, profundo cincel;
el pasado, un cadáver de sueños errantes,
y el futuro, un misterio de sombra y laurel.
Oh, noche de los siglos, umbral de la vida,
catedral del instante, de mármol sutil,
donde el hombre tropieza, mas nunca se olvida.
Que este nuevo comienzo, sagrado y febril,
sea el faro que guíe la senda elegida,
y la aurora despierte en su fulgor gentil.