La luna incierta vela con rostro fatigado,
de estrellas parpadea su manto, tenue y frío.
El tiempo, centinela del mundo desolado,
susurra en los relojes su último albedrío.
El viento, en los tejados, es un violín quebrado,
sus notas desenvuelven un canto limpio y pío.
Las calles, en silencio, de luz han despertado,
coronas de artificio circundan el vacío.
Brindamos por mañanas que aún no han florecido,
la copa entre las manos, el pecho encadenado,
miramos al pasado, un río desbordado.
Y en sombras de esperanza, un sueño enardecido:
que el alba que amanece, de amor quede vestido,
y el tiempo, nuestro pacto, jamás sea olvidado.