Soy la brasa que grita, la hoguera que desata,
un río desbordado de sangre y de placer,
la piel enardecida que en labios no descarta,
un grito de tormenta que exige renacer.
Soy la carne que clama su trono entre los astros,
mis muslos son relámpagos, mi vientre un manantial,
las lunas me coronan con cánticos más vastos,
y el mundo se arrodilla ante mi pecho inmortal.
¿Quién osa doblegarme con dogmas y cadenas?
¿Quién ciega mi latido de ardor y tempestad?
Yo soy la llamarada que incendia las arenas,
la copa desbordada de néctar y verdad.
Mis senos son los frutos de un árbol indomable,
mi ombligo es un abismo de luz y creación,
y en cada beso al viento, mi grito irrebatible
proclama que la carne es un templo y un sol.
Que tiemble la conciencia que niega mi deseo,
que ruja la palabra donde quieran callar,
pues soy mujer y fuego, misterio y sortilegio,
y en mí arde la vida con furia abismal.