Dios ha muerto, dijo el eco
de un hombre solo en su abismo,
no por odio ni castigo,
sino por fe en el espejismo.
Con sangre en manos y ciencia en labios,
alzamos torres sin rezar,
creímos que sin los cielos
podríamos el mundo gobernar.
Nos dimos tronos de humo y ego,
coronas hechas de razón,
pero el vacío en nuestras almas
no se llenó con la creación.
Hicimos dioses de algoritmos,
templos de acero y cristal,
y al mirar desde lo alto,
no hallamos bien, ni hallamos mal.
El Dios murió por nuestras manos,
y su lugar tomamos ya,
pero sin mapa ni sentido,
la noche eterna brillará.