En la lucha del ser, el valiente,
no se rinde ante sombra ni destino,
su corazón es fuego, es un camino
que avanza hacia la luz, siempre ardiente.
El dolor es maestro, no un presente,
forja el alma en el yunque divino;
cada lágrima es perla, un destino,
cada paso, un latido, un torrente.
Cielo y tierra se abrazan en su canto,
la verdad es su espada, su estandarte,
y en la senda del bien, firme y constante,
el hombre se levanta, nunca en llanto.
Con la fe como escudo, nunca quebranto,
su mirada es un sol que no se parte;
en su pecho resuena el eco aparte
de un futuro brillante, sin quebranto.
Hoy el viento susurra a los valientes,
historias de coraje y de pasión,
de aquellos que lucharon con razón,
enfrentando a los cielos, a los ausentes.
La grandeza se encuentra en los presentes,
no en el oro, ni en fama o en ilusión;
es el amor, la fe, la convicción
quienes dan a la vida sus cimientos.
En la noche oscura, brilla el faro,
es la voz del que sueña y no desmaya,
la que empuja el destino, que no calla,
con la fuerza de un río, nunca raro.
El espíritu indomable, claro y raro,
teje sueños de lucha, de batalla;
la esperanza, su estela, nunca estalla,
es un canto eterno, puro y raro.
Así avanza el hombre, firme y sincero,
con su paso decidido y constante,
la verdad en su pecho, el alma vibrante,
y en la senda del bien, siempre primero.
La justicia es su guía, su sendero,
y en su lucha se encuentra el gran estandarte;
en la vida, un poema, un arte
que trasciende el dolor, el desespero.