Todo comienza en el agua,
el río que canta su origen
y se desliza entre las piedras,
sin mirar atrás.
La corriente nunca descansa.
Cada gota lleva una historia,
pero al llegar al mar,
¿quién recuerda?
El polvo,
ese otro viajero,
flota en el aire como un suspiro.
Se aferra a los techos,
se esconde en los rincones,
pero nunca descansa.
Agua y ceniza.
Lo que fluye, lo que queda.
El brillo fugaz,
el peso de lo eterno.
En el cruce,
somos ambos:
una ola que se estrella,
una sombra que persiste.