En la bruma de un pincel errante,
se posa la forma, se oculta el ideal,
Manet dialoga con sombras distantes,
Hegel susurra en su fondo abismal.
Belleza, antaño un rostro divino,
marco sagrado de lo trascendental,
ahora se quiebra en lienzos sin brillo,
donde la verdad se torna carnal.
La luz se desploma en manchas dispersas,
el color se rebela en su autonomía,
ya no hay esencia, solo apariencia,
fronteras difusas de la armonía.
El arte, pensaba el viejo filósofo,
marcha hacia un fin, destino mortal,
mas en las manos de un nuevo apóstol,
renace el mundo en lo accidental.
Un almuerzo en la hierba, mirada impasible,
mujeres desnudas que ignoran pudor,
el tiempo se pliega, la historia es visible,
lo bello sucumbe a un nuevo fulgor.
Aquí se encuentran la idea y la imagen,
un choque de siglos, un pulso vital,
Manet desgarra la piel de lo eterno,
Hegel contempla su sombra fugaz.
Después de la belleza, ¿qué queda del arte?
La duda, la forma, el gesto casual,
en cada pincelada, un eco distante,
de un mundo que nunca será universal.