Mis ojos se quedaron en su encanto,
espejo de esmeralda luminosa,
fulgor que me condena al sacrosanto,
delirio de su piel maravillosa.
Su boca fue la copa en donde tanto,
bebí del néctar áureo de la diosa,
y ardí como la llama en su quebranto,
prendido en su pasión tempestuosa.
Caminos de colores nos llevaron,
allí donde el amor todo lo enciende,
donde ángeles y dioses se abrazaron,
y el cuerpo entre la sombra se desprende.
¡Oh, cáliz del amor, tú que engendraste,
los sueños más febriles de mi vida!
Tus labios como el sol me desataste,
y fuiste de mi ser llama encendida.