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Elideth Abreu

Corona de cinco sonetos

Aquí tienes una corona de cinco sonetos inspirados en tu ejemplo:
 
 
 
Corona del beso de piedra
 
I. La fuente y la sed
 
La brisa le enredaba los cabellos,
el sol brillaba hondo en la pendiente,
y el polvo, con su aliento incandescente,
secaba en su garganta los destellos.
 
La lengua era un desierto de camellos,
un páramo en su boca adolescente,
y ansiaba más que nunca, dulcemente,
el agua, el frescor, los arroyuelos.
 
Y entonces la vio: entre hojas y roca,
la fuente, el manantial que resplandecía,
un hilo cristalino en cada boca.
 
Y al hundir su sedienta ansia en la arcilla,
un tacto de otro mundo le sacía:
la estatua era de mármol... y de vida.
 
 
 
II. El beso frío
 
Tembló su labio en el primer contacto,
la piedra fue más fría que la sombra,
mas algo en su latir, que no se nombra,
quebró el fulgor de su primer impacto.
 
Era un beso, quizás, o un pacto,
un roce sin querer que se desborda,
un eco del que el tiempo no se asombra,
y el alba en su interior alzó su acto.
 
Retrocedió. Su mente era un abismo,
sentía en su raíz la llamarada,
un súbito temblor desconocido.
 
Algo en su cuerpo fue hallando el ritmo,
como si el mundo en él se despertara,
como si al fin estuviese... nacido.
 
 
 
III. El temblor y el asombro
 
Bajó la vista, hundido en su tormento,
sentía en su interior algo distinto,
un peso que era ajeno y sin embargo
latía con su pulso en movimiento.
 
El mármol lo miraba, tan violento
como un rayo cruzando un laberinto,
y en su pecho, el ardor era el instinto
que abría un horizonte sin aliento.
 
No era niño, no era aquel de antes,
la brasa en su interior se desataba,
y todo le crecía en un instante.
 
Había despertado, y con la lava
de un fuego que hasta entonces ignoraba,
se supo en el umbral de los amantes.
 
 
 
IV. El miedo y el orgullo
 
No dijo nada. En medio del gentío
se vio de pie, confuso, diferente,
el pulso a contraluz, feroz, hirviente,
su sangre recorriéndolo en un río.
 
No había marcha atrás. Algo sombrío
latía con poder en su torrente,
como un rayo brutal, como un relente
que anuncia la tormenta en el estío.
 
El miedo le rasgó la piel, callado,
y en su pecho una voz desconocida
le dijo que era el hombre despertado.
 
No huyó. No resistió. La nueva vida
se alzó en su carne, altiva y encendida,
y el mármol en su ser quedó tatuado.
 
 
 
V. El umbral del hombre
 
Se había hecho hombre, y no sabía
si el peso era una carga o un trofeo,
si el fuego era un castigo o un deseo,
si el mundo era un fulgor o una agonía.
 
La estatua lo observaba. Y en su fría
belleza comprendió, sin titubeo,
que el mármol y la carne son un reo
de un beso que nos nombra y nos envía.
 
Marchó sin más. La fuente quedó sola,
mas algo de su ser quedó en la roca,
y algo de aquel ardor quedó en su boca.
 
Jamás volvió a mirarla, mas su ola
seguía en su latido, como un faro,
como un beso inmortal que lo transforma.

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