Brotó su voz de un campo adormecido,
la luna lo abrazó con su blancura,
tejió su canto versos de ternura,
y el aire se hizo eco agradecido.
En cada rima el sueño fue encendido,
el alma se cobija en su dulzura,
su lira en los confines se aventura,
y el tiempo lo corona redimido.
Un río susurra su tono eterno,
las hojas lo replican en su danza,
y el cielo lo consuela en su sendero.
Así el rapsoda vive, luz de invierno,
portando entre sus manos la esperanza
del arte puro, lírico y sincero.