Acordarse es partir
Acordarse es partir hacia un tiempo que calla,
un viaje sin regreso por sombras conocidas.
Es tocar en la bruma las huellas de una playa
que el mar del abandono destroza entre sus ruinas.
Es mirar desde lejos la infancia desbordada,
sus risas quebradizas flotando en lo perdido.
Es sentir que la vida, en su marcha sagrada,
nos roba lo que fuimos y devuelve el olvido.
Recordar es un fuego que arde bajo el hielo,
un llanto entrecortado que nunca se resigna.
Es volver a los pasos que borró el desconsuelo,
un eco que persiste aunque el tiempo lo fulmina.
Acordarse es morir de nuevo en lo vivido,
desandar los senderos que el alma construyera.
Es cruzar las cenizas de un mundo inadvertido,
un duelo interminable que jamás se supera.
Es llevar en la frente un signo de batalla,
un pacto con el polvo que el viento ha deshecho.
Acordarse es partir, y aunque el cuerpo se calla,
el alma va gritando su destierro en el pecho.
