Yo no digo el nombre, pero está en cada estrella que abre, en cada rosa que muere.
Yo no digo el nombre, pero lo dice la alondra en su primer saludo al alba y el ruiseñor al despedirse de la noche.
No lo digo; pero, si lo dijera, temblor de ruiseñores habría en mi pecho, sabor de luceros en mi boca y rosas nuevas en el mundo.
No lo digo, pero no hay para mí, en este mundo nuestro, alegría, dulzura, deseo, esperanza, pena que no lleve ese nombre; no hay para mí cosa digna de ser llamada, que no se llame de esa manera...
Y nada llamo, y nada digo, y nada responde al nombre que no se pronuncia, que no pasa de mis labios como no pasa la inmensidad del mar del hilo de arena que le ciñe la playa...