Yo era feliz con mi vehemente anhelo
de ceñir un laurel, en mis quereres,
y me sentí poeta viendo al cielo
tornarse triste en los atardeceres.
Un día sufrí un vago desconsuelo
y busqué la alegría en los placeres;
mas no lograron disipar mi duelo
ni el vino, ni el azar, ni las mujeres.
Hoy, hasta la esperanza la he perdido;
suspiro más por amoroso nido,
que por la gloria vana y el renombre,
pues muy bien sé que de las penas crueles
alivian más el corazón del hombre
las rosas del amor, que los laureles.