Con letra clara, pausada igual que la respiración,
clara como un potrillo o gato montés en el aire,
escribíais, madame, “ubi trascendit florentes viribus annus”
con dedos de delicadeza florentina sosteniendo la tiza
y el tigre a vuestro pecho –feroz en la rosada–
despertaba la maleza de los árboles.
Recuerdo vuestros senos como simas Tártaras,
el lugar más profundo del mundo
incluso debajo de los Infiernos,
temido hasta por los Dioses,
vuestros pezones como bombones helados,
la largura irreal de las piernas,
los tacones pisando pasadizos de mansiones góticas.
Recuerdo sus labios alunados tan distantes
de lo que en verdad erais:
una joven filóloga recién licenciada,
una gatita o rubia platino de película.
Ah aquellas ondas rojas con peligro de magnolias
de los labios gordezuelos con discreto carmín,
o la vagabunda piel donde libre se vence la hierba.
Yo palpitaba, me mordía el sexo, el ímpetu me inspiraba,
gozando aquella pasión me llenaba de contento.
“Amore ha fabbricato ciò chio linio", podía decir con Cavalcanti.
Porque usted era en mi historia civil verso de amor
y onanismo en la cama,
y su cuello un descolgarse de visiones de Benedetta,
la falda y blusa limoneros, hobbits,
sus ojos zarza en la majestad suprema de la calma,
eran ciruelas heladas deshelándose en el Leteo,
su tiempo isla donde bracear a solas,
y sus braguitas catedrales de la imaginación,
su pelo una imposible colonia Nenuco.
Afirma Tertuliano en De Testimonio animae
que sentir placer es pensar en cosas que amamos
ayunas de la invirtuosa lujuria
ya que ésta llena de pasmo, hiel y concupiscencia.
Sin embargo, yo soñaba que le sacaba el albornoz
al salir usted de la ducha, y que usted empezaba a
chuperretear mi sombrerete de champiñón rojo
reposando vibrátil su lengua en mi delirio.
Esa imagen calentaba mi corazón.
Con Amor se roturan los campos con nardos
y habiendo llegando vuestra memoria
a estas ordinarias horas menguantes del planeta,
a estas horas coturras del comercio y la burricie y la peste,
habiendo llegado el mundo a esta calvicie
y planicie de ideas y sentimientos,
me subo a la nave de ese primer amor,
a ese instinto de falo y vulva,
subo a ese primer y último amor,
y grito, me retuerzo el sexo, increpo e insulto, exploto,
os agarro desde aquí vuestra boca con mis dientes
para negar –siempre– el “requiem aeternum” del tiempo.