La felicidad, en este universo, radica en jugar a una especie de enclaustramiento doméstico. La felicidad, más allá de este universo, consiste en persistir en él.
En casita puedes tomar cannelés, éclairs -mejor si rellenos de chocolate-, un buen tinto (Chateau La Lagune), gustar de los geranios y el trenzado musical de Bach, dormir la siesta de cuatro a cinco y media, buscar el adjetivo siguiendo ensimismado las formas helicoidales del humo de tu cigarrillo, fascinarte al recordar el cabello de las mujeres (oh las nymphettes) y las terrazas de los hoteles de la costa italiana, contemplar aquella foto de mamá (tan guapa) en Vespa, probarte un traje inglés, arrellanarte en un sofá Chesterton, odiar la celulitis, y, al final, feliz y confortado de tu confinamiento hogareño, meterte en la cama sin esfuerzo, y, antes de dormirte, imaginar que dialogas con Fedro y Aristófanes, que eres un noble viviendo en un palacio frente a los jardines de Luxemburgo, o que vives en una ciudad con dos cientos mil habitantes y ochenta mil prostitutas, compartidas por archiduques, obispos, burgueses, campesinos y menestrales.
Nunca se malgasta la vida en la errabunda vagancia -¿papillon?- del dolce far niente hogareño. El movimiento es deletéreo (Flaubert) El placer reside en la quietud y no así en el chusco movimiento, esa pasión inútil de las masas. Esclavo es todo aquel que no dispone de nueve décimas partes del tiempo para sí. Esclavo es aquel que recibe cientos de mails en la oficina, y se aboba con el trabajo, y se divierte con hueco ocio fullero.
Yo, Christian mi nombre, dispongo de casa decente y limpia, doméstica amable y guapa y, sobre todo, ante todo, lujo en la mente. ¿Oficio? Rentista y propietario rural. Si prefieres el placer aventurero a la prudencia, eres un descoyuntado insensato. El estricto aislamiento voluntario es la forma más inteligente para lograr la felicidad; solo conozco una intoxicación digna, la resumida en la palabra "ataraxia" o tranquilidad del alma. Si en tu vida hay más de uno, si sois como mínimo dos, ya hay traición. Para ello, para la gloria terrestre, se precisa una tropical mente y no una menguada mente liliputiense tan de moda en esta época. El hombre que sueña y piensa su asordada soledad es un Dios; el hombre farfullando en el bar es un mendigo.
La sociedad solo causa quebraderos de cabeza, y, además, enseña con instrucción impostada. Todos los problemas del hombre nacen por no saberse estarse quieto en la habitación, declaró exacto el inmortal Pascal.