Una vida sin reflexión ni examen no merece vivirse, pues se envilece tu alma como un gusano reptando a ras de tierra. Si cavilo sobre la experiencia acumulada, al percibir y extractar su figura, su norma significativa, su patrón de respuesta a los variopintos estímulos, si pretendo la tentativa de elucidar qué soy yo respecto al mundo, qué visión orgánica de mí mismo y el universo vive en mí, acude a mí una vivencia previa a la idea, y una emoción que sucede también a la idea: la soledad. A edad desproporcionada nunca tuve ni tengo novia, casi ni amigos, ceno y desayuno solo, transcurren a veces semanas sin que hable con nadie, y solo soy yo si soy solo. Mi único reino concebible y en la única posición que me siento cómodo y al rojo vivo es en los alrededores de mi ermitaña, claustral soledad. La soledad es la única elección en que encuentro verdad y descanso. En su estudio y alcoba siempre veo una posibilidad de más. Mi mente solo se abre si la encierro en mí. Seguramente me he cerrado la elección de muchos campos posibles, seguramente mi estrecho paso guarda un alma pequeña. Pero no sé organizar y clasificar mis datos de otra manera. No me puedo gloriar de otras formas de descripción no solitaria. Coincido y discrepo conmigo, y mis impresiones equívocas se dan en exclusiva ante mí mismo. La bendición y la energía de la soledad es mi patético destino. Una felicidad, en fin, por limitación e incompetencia, pero llena y libre.