Christian Sanz Gomez

El sermón del estiércol

A veces, antes, podía estudiar prestando
una evangelista atención al laberinto de los detalles,
pensar junto a descocadas y rubiáceas geómetras,
ver corazones de mujeres como el burgués adora sus relojes.
Me reconcentraba una hora seguida en una amarilla flor
de toxo, quieto permanecía al lado de abedules
lejos del alcance del hombre. Mi mente creaba
nuevas y completas estructuras de significado,
conexiones entre ellas, y nuevas ideas a partir de esas conexiones.
Escribía mejor, leía más, pensaba más claramente.
Me asignaba algún tiempo para la contemplación profunda
y atisbé pequeños campos con luciérnagas encendidas.
Mi mente se manchaba con briznas de corolas
altas como carmín suave recién besado.
 
Pero debido al alcohol, la papanatería, la conventual –fría– soledad,
por vivir un tiempo en que todo duele, y no dormir ni descansar,
por infiltrarse en mis momentos de ocio la televisión e Internet,
por inmiscuirme en las almas de mis coterráneos bullentes
de idiocia y servidumbre, ahora, lo sé, mi mente
es igual al Caos antes de la Creación.
Mi mente es papilla, un agusanado cliché.
 
De tanto criticar a los bárbaros me convertí en uno de ellos.
Leo novelitas de Grub Street sin hidalguía, con mocos
de mico en lugar de buena retórica y precisa lógica.
Charlo con la rubia del bar y apesadumbrado advierto
que las hipnotizadas constelaciones de su cerebro
son un absoluto erial, dejándome la impresión o terror creciente
de que su conciencia anestesiada de nada es consciente.
Mentes tan perfectas que ninguna idea puede profanarlas.
La admirable locuacidad de la mesita del té
se convierte en quincalla chismosa de programa televisivo.
Se escribe en una inelegante crestomatía de trozos agramaticales
y todos se tatúan de beautés faciles. La música del planeta
parece tocada por un gato callejero beodo y gordinflón
mariposeando al azar encima de las teclas de un piano:
chispean ominosos errores de epigrama de discoteca.
Y yo estoy bajo las ramas de esta palma datilera.
 
De tanto esperar a los bárbaros me convertí en uno de ellos.
En el duro invierno camino decenas de parasangas hacia el báratro.
El Gran Príncipe de la Tiniebla de los Manicomios.
El Desolado Duque de la Grandeza Hemipléjica.
 
“Fue un chico educado y estupendo”, dijeron en mi aldea.

(i) Me gusta el pío campesinado rural, las capillas silenciosas, las vieirias, los perfumes caros y el Châteauneuf-du-Pape. Deportes, comida y un poco de arte no me parecen nefasto ideal para la gente común.

La simpatía y el amor son más importantes para mí que la desdeñosa fría razón (opino aquí igual que Burke)

Hoy el término que se utiliza para hablar de cultura es el antropológico que usó originariamente Tylor en su obra "Primitive Culture": "La cultura o civilización entendida en su amplio sentido etnográfico, es un todo complejo que abarca el conocimiento, las creencias, el arte, la moral, el derecho, las costumbres y cualquier otra competencia que haya adquirido el hombre en tanto que miembro de una sociedad". O sea, un conglomerado o aglomeración de información adquirida por aprendizaje.

Discrepo solemnemente de la dictadura que encierra esa definición (hoy universal, generalísima y avasalladora, y que crea el contradiós de permitir hablar de cultura nazi o cultura pedófila) Estipularé o convendré una definición alternativa de cultura para evitar las discusiones sobre palabras y centrarnos entonces en la materia de la cosa.

Para mí cultura es la adquirida en buenas universidades, que permite la percepción y el juicio autónomos, que te libera de la primigenia tiranía de lo mediocre, que te provee de ingredientes subversivos, y cuya gama de ideas y hábitos de pensamiento te elevan y nunca abajan (la verdadera cultura es un modo de avance, nunca de envilecimiento) Para mí la cultura es búsqueda y ansia de perfección, un modo de sentimientos y pensamientos de subido tenor, una pasión científica y moral cuya raíz se encuentra en el estudio y análisis de esa perfección misma. Aunque su impulso puede ser bastante popular, su resultado es patrimonio siempre de una minoría selecta. Su soledad y exilio defiende de la infección de las masas urbanas. Las masas campesinas tienen (o tenían antes al menos) una propensión espiritual más robusta y leal. La cultura, así entendida, puede concebirse como una especie de religión sustitutiva o religión laica.

Para navegar en el mar de la cultura se necesita una brújula o visión panóptica, y criterios sólidos. Supongamos que un capitán inglés de la primera guerra mundial detiene a un capitán alemán , o bien que un burgués francés y otro italiano conversan en un expreso de los años veinte. Ambas parejas tienen un mundo referencial formado por textos de Cicerón, Horacio, mitos platónicos, pasajes de Suetonio, textos bíblicos, y una misma idea familiar sobre la conversación artística y musical de Occidente. Pasemos ahora a otro experimento: un vagón de metro de una gran ciudad esta mañana. La Biblia, la Antigüedad y los clásicos desaparecieron TOTALMENTE del mundo alusivo de estos pasajeros de metro. Para ellos la cultura no es más que una forma de barbarie encapsulada con celofán de colorines y apócopes de tuits. Información sin conocimiento. Información azarosa y desestructurada. "Pizzicatto" de enlaces velocísimos a webs con lectura abrumadoramente simple y semi-esquizoide.

La cultura occidental se deshilvana porque los textos que la crearon son mero polvo de (muy malas) tesis doctorales. El espíritu de colmena tecnológica anula la libertad y el juicio independiente o capaz. Si somos incapaces de emitir un juicio objetivo y sano (y para ello se necesita buena filosofía, buena literatura, buena pintura) el voto que se exprese rozará alarmantemente la basura. Sin juicios meditados sobre el bien general solo nos queda populismo de quincalla apolillada y democracia hooligan basura.

Cultívese, amigo lector. No sea un mero fantoche de pobre e ignorante tumba. Glaucón y Adimanto experimentaron el esplendor de cierto tipo de alma. Lea y no sea un rucio y no convierta a sus hijos en rucios. Rompamos la cadena (la caverna abisal) del linaje de rucios.

(ii) Ciertamente hay talentos transgresores digamos, no sé, en una rock star o en algún youtuber (en fin, en fin) o creatividad en la pop culture, en Seinfield -digamos- o en "Material girl" de Madonna.

Los cultstuds' o Cultural Studies son una mezcla de máquina marxista inglesa y paraguas teórico francés en el seno de la sociedad de ocio estadounidense. Su patética disidencia simplemente se cifra en sustituir el estudio de las humanidades (el paleo-cristianismo, la fonología, la historia del arte, Duns Scoto o Henry James) por la colección "Harlequin" o el gangsta rap.

Y así, defendiendo obsesivamente el éxito popular como criterio de calidad, encumbrando irresponsablemente el placer fácil y el anti-elitismo táctico, ensalzan apologéticamente el capitalismo y demonizan credenciales libertarias que creen defender.

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