Christian Sanz Gomez

Contra el Papa

El Papa usa piercings, y escritores y pensadores acuden a tatuarse.
Se puede caer en picado por biografía destemplada, pero este Papa...

Una vez descorchado el champán, leído al Cardenal de Retz, tomado el sol en el hotel Crillon, usufructuado cuerpos exquisitos, almas delicadas, llevado pajaritas impecables, ponderado los nefastos e indigestos mamotretos marxistas, ponderado la altura de las mentes, piensas, ¿pero este señor, de qué tugurio sórdido salió, de qué pésimamente decorado local de alterne, de qué cochambroso y grasiento garaje de lavacoches industrial? Y solo quieres ya que tu doméstica te avise a la hora del crepúsculo para poder ver solitario el atardecer.

¿Es hora ya Eva? Trae también los prismáticos y llama a la perrita para que me acompañe. No te olvides de la copa; algo cargadita.

El Papa usa playeras, nariz de payaso y se pinta los mofletes como una drag-queen.

El Papa se viste con tutús y toca la guitarra en la liturgia.

Solo quiero ver el crepúsculo desde mi terraza, ¡Sacadme a ese fantoche trapisonda de mi vista! ¡Sacadme a este mandril purpurado por Belcebú!

Porque el Papa es un bonachón lelo peronista. Un pobrista capcioso. Un fraile necio y tosco de cafetín de Calcuta.

El Papa enturbia los mágicos cristales de mi Sueño, con su Orden que no expresa un llamado a la Belleza y lo Alto, al crecimiento de la savia por los verdes tallos, a la mecha azul de cometas ígneos, a la Libertad y al Conocimiento, al brío de los pumas entrevistos en la selva, a la luz –luz tierna y mimosa– de la Luna.

El Papa es un auriga de patas peludas sin los labios de las Aves Marías, y se pone pósits de autoayuda en la puerta de su cuarto para saber cómo dirigir el mundo.

El Papa más y más se empecina en ejecutar fruslerías, en emborronar teologías zarrapastrosas, teologías de bocazas sin estudio ni tradición.

Mi copa transpira debido al hielo y al paso del tiempo. De noche casi ya, o casi todavía. Suspiro solemne ante un mundo feo, estúpido e inane, romo, bajo y cutre, cuyos amos son la caterva y el empresario hortera y el ingeniero orangutanesco, un mundo zafio y desposeído de elegancia, de matiz y opinión rosa y oro, de credo celeste, un mundo sin el don de absorber la perfección. Me ilumino de un Dios inmenso que distribuye Belleza y Orden como distribuyen música los planetas al rodar. Me ilumino de ondas de peral que reverberan desde el Uno hasta la tierra húmeda.

Gusanos e insectos mejores que este Papa hereje y anormal, populista y con dodotis.

El Papa que se pone AC/DC en los auriculares para dormir.

El Papa que ve fútbol y saliva con los goles.

El Gran Bostezo, el Gran Chirrido, la Osamenta de Piedra Resonante Estéril, o la nueva plaga o el pop-corn general y consuetudinario, o el pienso Royal Canin que se deglute no sé si con mayor inocencia o con irreflexivo orgullo. Nadie sabe ya vivir. Los obtusos se jactan de sus limitadas entendederas. El público aplaude complacido. Nadie sabe ser uno, grande y libre ¿No escuchan la súbita pudrición por esta dentadura cariada del Gran Bostezo?

Solo deseo contemplar mi crepúsculo desde la balaustrada.

El Papa escribe como con un descosido borderline con sus dedos gordezuelos.

El Papa es un canalla hipócrita que deglute donuts y polillas.

Eva, mañana, sobre todo, no te olvides de avisarme del venidero crepúsculo.

No te olvides de cada uno de los crepúsculos del año.

El nombre de Pío IV va unido a muchas obras públicas en Roma y llevó a feliz término el Concilio de Trento.

León X, hijo de Lorenzo el Magnífico, el primer Médicis en el Pontificado, tuvo una pequeña corte de literatos, hombres de ciencia y artistas; él mismo era poeta, músico, arqueólogo y filósofo, con varia cultura y con un ingenio versátil, sensible a toda forma o incitación de lo bello, pero acaso un diletante falto de profundidad. El siglo de León se llamó “áureo” gracias a su mecenismo. Promocionó y protegió a la Universidad, y por su empeño, empezó una nueva era la carrera de Rafael. Todos los poetas y humanistas debemos encomiar a este Papa mediceo.

Benedicto XIV reflexionó con superior inteligencia y extraordinaria erudición. "¡A lo mejor me reprobarán -escribió- el que haga una escapatoria por los poemas de Dante, Tasso o Ariosto; pero es que a menudo necesito recordarlos para tener una expresión más viva y mayor desenvoltura de pensamiento”. Docto, y amigo de los doctos, fue sombra benigna de los doctos. Iban a Roma a debatir y consultar con él los sabios de mayor nombre y fama de Europa. Deseaba obispos y clérigos, no solo piadosos y de costumbres ejemplares, sino también de vigorosa solidez intelectual. Monarca sin favoritos ni cortesanos -papa sin nepotismo-, y doctor sin orgullo -censor sin acrimonia. Voltaire, corifeo contra la religión, escribió un dístico a Benedicto XIV muy admirativo: «Lambertinus hic est, Romae decus et pater orbis / Qui mundum scriptis docuit, virtutibus ornat».

¿Qué se predicará del Papa Francisco? ¿Del lelo Papa pop? ¿Del peronista populista de barrio con grafiti y sórdido sótano de lavacoches industrial? Dirige la cristiandad con pósits de autoayuda. Un imprudente incorregible y chabacano. Que un Papa hable de las caricias y masajes -por ejemplo- de otro miembro de la curia es sórdido, con la ligereza inelegante de un bárbaro. Pidió en Lesbos a la UE que acoja a los inmigrantes ilegales. ¿Por qué no pide a los gobiernos corruptos, sectarios e incompetentes de los países de origen de los inmigrantes que dejen de robar, cesen sus guerras y administren de manera eficaz? Eso por nombrar algo de sus últimas y novísimas “ideas” y manifestaciones públicas. Muchos son mis pecados; espirituales -más graves- y carnales. Pero no soy Papa, caramba.

Es éticamente dudoso, estéticamente paupérrimo, intelectualmente nulo, teológicamente ignorante, políticamente indeseable, pardillo y temerario, cerebralmente mermado, conductualmente bochornoso y vergonzoso (ay esas ruedas de prensa al pie del avión, ay, ay). Sin buena voluntad, sin alma generosa o perspicaz, innoble, un talentillo débil, un calculador superficial, metepatas, divisor, sin brillo propio, polémico, monstruosamente iletrado e inculto, de maneras groseras, de bondad impostada, inmaduro y vanidoso, inútil y cacaseno.

W.B. Yeats: “Los mejores carecen de toda convicción mientras los peores/ están henchidos de apasionada intensidad”.

Este Papa es peor que una garrapata en un peluche.

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