Mi padre; qué burgués superior y ecuánime. Sin pausa aportaba datos y reflexiones que fluían en una corriente bien ordenada -un pensamiento clásico es un pensamiento bien ordenado- Todo con medida, grabando en la memoria del feliz oyente los pormenores o contornos del problema o tema a dilucidar. Y en el ajedrez era de una riqueza monstruosa, bellamente gigantesca (pero de mal perder) Era un Lavater y un Tartufo al mismo tiempo. Se sacrificó con minuciosidad por el bien común, el bien particular, y el bien familiar. Generoso, intuitivo, trabajador compulsivo. Sus áreas de conocimiento eran el Derecho y las Finanzas, pero amó también el Arte, con énfasis sobre todo en la pintura. Un análisis de su destino prueba que vivió como deseó, que vivió al hilo de sus pensamientos sobre la vida. Su espíritu no está ahora en la nada; resta su memoria en el Universo, su software se añadió o sumó a la computadora cósmica. Fue un alma sintética; unió lo cordial y sensual con lo intelectual, el placer con las rumiaciones. Amó mucho (muchísimo) a mamá -como ella a él-, aunque su relación fue tumultuosa, con altibajos perennes. Vaticinó a estos patéticos decorativistas horteras del nacionalismo radical catalán que pululan por mi tierra como monos subidos a los árboles, a estos atolondrados ignaros. Detestó el arte no figurativo, la ausencia de «mímesis», la mente en fugas irracionales. Gustó del lujo y tuvo compasión (fue clemente y ayudó) por los desnutridos. Nos educó con severidad temiendo la influencia nociva de la envolvente «tribu». Más que simpático, sarcástico. Más que católico, teísta. Más que feo, atlético. Más que melancólico, vitalista. Una de los grandes frustraciones de su vida es que yo me saliera de la ruta que preestableció y no estudiara ingeniería. Pero, pese a los disgustos, creo que fui su hijo favorito. Lo quiero y lo quise. Descansa en paz papá.
#Padre