Christian Sanz Gomez

Encomio del pintor

Querido, el falso color esparce su tono chillón por doquier.
Ni sorprende la verdad ni nadie confía en pintarla.
Tú, retirado en menuda aldea boscosa, gastas tus horas
en constatar el azul de una nube, el imperio de un bullicioso
silencio en ese trazo de exquisita caligrafía. Lees historiadores
y poetas en la galería acristalada, frente a una iglesia del s. XIV:
bajo la gloriosa monotonía de las estrellas sientes la mutación
de las cosas terrenales, su vanidad, pero también su plenitud;
tus semejantes nada te comprenden. Si un artista viera como
la gente ordinaria dejaría de ser artista. La Ciencia gime
en el Exilio. La Musa obedece al Poder. Todo se vuelve Noche.
El Arte se arrastra a la Gran Negligencia (me cuentan que en las
Escuelas no enseñan dibujo sino cómo emborracharse antes de
las entrevistas, no estudian a Cossa o Giotto sino la escrófula
del tintado de los tebeos o las leyes que rigen el mercado)
¿Amar solamente la pureza del arte? El camino es lodoso.
Tinieblas hediondas nos rodean. Amigo, los años de Estudio
se infantilizan, la Disciplina se relaja, la Filosofía, la Historia,
las Bellas Artes y el lenguaje se abandonan, el idioma –sí– y
su retórica es gradualmente descuidado, casi abrumadora,
completamente desconocido. Las gestas del pasado no pueden
ni alimentar más de dos segundos de conversación. No está
de moda ser culto o bien inteligente. Y la escritura
se ha reducido a un acto similar al de imprimir papel moneda.
El Arte regala solo Ruinas. El Arte ofrece solo Ruinas.
Odoacro depone a Augústulo. Aquí hueste del Sultán Mehmet II.
Quédate en tu gabinete, bajo el lucernario, examinando la pipa
del esbozado bodegón. Ama el quieto ritmo saudoso de la luna.
Nadie entiende nada. Tú pintas poco porque pintas para mucho
tiempo. Amigo, honor y gloria. Tu casa arcaica legisla lo más
actual: la fuerza del mar. El pasar y peso del pájaro en la mente.

La informalidad e inmediatez de las redes sociales merman la calidad y elegancia expresiva. Sirvan estas palabras del novelista Burguess como metáfora "El pueblo había quedado reducido a menos de medio acre. Era como una diminuta reserva para indígenas. Desde las mugrientas ventanas los cretinos miraban babeantes los parterres de hierbajos. Los gallos cacareaban todo el día; las niñas, vestidas con batas de otra época, mascaban manzanas a medio comer, amarillentas de óxido; todos los chicos parecían tener fisura palatina. Pero aun así aquello me parecía más sano que el suburbio que lo rodeaba. ¿Quién podría cantar el esplendor de esas casas apareadas con medio jardín, las paredes ciegas empedradas con guijarros, verjas diminutas que se podían franquear de una zancada, las cursis figuritas en los jardines de miniatura? El viento penetraba a cuchillo por los intersticios entre las casas, el viento de la vieja colina sepultada en asfalto, que flagelaba como el extremo de una toalla mojada, y que revolvía un caldo gris por encima de los rojos tejados, un caldo en el que remolineaba el alfabeto de pasta de sopa de las antenas de televisión: X, Y, H, T.»

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