¡Ved los hombres cuál son, ved qué inhumanos!
Un Redentor el cielo les envía
y en la terrible cruz, dulce María,
clavan los hierros sus divinas manos;
mirad los hierros, y llorad, hermanos,
llorad por el dolor de su agonía
y con lágrimas laven nuestros ojos
los duros clavos en su sangre rojos.
Vino el profeta y su divino canto
los hombres del error no conocieron
y ese premio cruel los hombres dieron
al bueno, al justo, al virtuoso, al santo;
si podemos borrar con nuestro llanto
el crimen que los hombres cometieron,
con sus lágrimas laven nuestros ojos
los duros clavos en su sangre rojos.
Con estos clavos, infeliz memoria,
arrancados del cuerpo moribundo
ha escrito el pueblo ingrato y furibundo
del hijo del señor la eterna historia.
Él vino al mundo a conquistar su gloria,
con duros clavos se la paga el mundo
y es menester que laven nuestros ojos
los duros clavos en su sangre rojos.
Esto queda a la tierra del Mesías
los clavos nada más de su tormento
que a los hombres darán remordimiento
en cuanto duren sus penosos días;
huyamos de moradas tan sombrías
volemos de la gloria a nuestro asiento;
pero estos clavos en su sangre rojos
con sus lágrimas laven nuestros ojos.