Carolina Coronado

En el álbum de un clásico moderno

¡Gracias, señor, gracias mil!
¡Ah siglo... dichosa suerte!
Ya nuestra edad se convierte
en bella edad infantil.
 
Ya en vez de los lagrimones
de romántico dolor,
los ojos del trovador
brotan risa a borbotones,
 
Ya a la sombra del ciprés
vagos, errantes, inquietos,
no nos traen los esqueletos
arrastrando por los pies.
 
Ni frenéticos en pos
de la muerte anhelan ir,
que a todos hacen vivir
el santo temor de Dios.
 
Murió la fatalidad,
los venenos se agotaron;
y los espectros cruzaron
huyendo la inmensidad.
 
Ya todo es risa, placer;
y pronto los pastorcillos
con sus tiernos caramillos
y el rebaño, han de volver.
 
¡Qué risa ver convertido
en un alegre zagal,
en la pradera dormido
a aquél que tanto ha gemido
sobre el arpa funeral!
 
¡Qué risa será escuchar
al son del tosco rabel
suave, amoroso cantar
a aquella boca de hiel
que ayer nos hizo temblar!
 
¡Qué risa ver sus amadas
ayer mustias y amarillas,
mañana frescas, sencillas
tejiendo en las enramadas
guirnaldas de florecillas!
 
¡Qué risa será mirar
en el verde prado, ameno
el arroyuelo saltar
y en su espejo contemplar
el propio rostro sereno!
 
¡Qué risa hurtarle sus nidos
al mirlo y al ruiseñor,
y verlos como aturdidos
con sus trinos doloridos
nos vuelan en derredor!...
 
Gracias señor, gracias mil;
¡Ah siglo! dichosa suerte,
si nuestra edad se convierte
en bella edad pastoril;
 
Si en pos de las maldiciones,
del romántico furor,
viene el alegre pastor
con su flauta y sus canciones.

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