Carolina Coronado

El ramillete, o a la primavera

¡Salve, rayo del sol de primavera
por densas nubes fúlgido rompiendo!—
Brilló su luz primera,
la tierra embelleciendo!—
 
Mostró su faz, y de la blanca sierra
las nieves en raudal se precipitan.
Hierve a su luz la tierra,
y las plantas palpitan.
 
Los yertos campos vida y hermosura
con el ardor fecundo recobrando,
se ven entre frescura
sus galas desplegando.
 
Pimpollos son los brotes renacientes,
que los desnudos árboles rodean.
Ya en el rosal lucientes
capullos colorean.
 
De blancas flores multitud vistosa,
que en la agua tienen sus cimientos vagos,
son espuma olorosa
de los inmobles lagos.
 
Alza la yerba sus menudas cañas,
crece, y se esponja, y tiende sus verduras
en las altas montañas,
en las anchas llanuras.
 
¡Salve, rayo del sol de primavera,
por densas nubes plácido rompiendo!—
brilló su luz primera,
la tierra embelleciendo.
 
De insertos mil la turba perezosa
en el penoso invierno aletargada,
con su lumbre ardorosa
despierta reanimada.
 
Allá viene el cantor de los amores,
el tierno ruiseñor, huésped del prado,
sus risueños albores
cantando alborozado.
 
Yo también te saludo, madre hermosa,
juventud de los campos; que en la mía,
como en ellos, rebosa
tu vida y tu alegría.
 
Más siempre al contemplarte, primavera,
tomo, pensando en el placer fugace,
si serás la postrera
que para mí renace.

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