Carolina Coronado

Emigración de las aves

Turbóse el azul del cielo.
Y las lluvias anegaron
las semillas que en el suelo
los labradores dejaron.
 
Huéspedas de mi patria en el verano,
buscad ya lejos de la tierra mía,
en otro cielo, en otro nuevo llano,
nueva mies, nuevo sol, nueva alegría.
 
Tierna armonía postrera
dad a ese valle vecino
y un adiós a la ribera
y emprended vuestro camino.
 
Ved que el lejano monte se oscurece;
ved que anublado está ya el firmamento;
ved que la niebla presurosa crece
y es muy triste cruzar sin luz el viento.
 
Pero yo no os quiero oír
vuestra postrera canción,
que tengo de veros ir
afligido el corazón.
 
Ya la primera huyó la golondrina;
¿quién, Emilio, cantando a la ventana
con bulliciosa trova peregrina
a despertarnos ya vendrá mañana?
 
Ya van tras ella en tropel,
ya va quedando desierto
el verde, hermoso laurel
que las anida en mi huerto.
 
Por la postrera vez miro anhelante
en él la alegre multitud reunida
¡Ay! para algún placer a cada instante
muriendo el corazón está en la vida.
 
Aunque vengáis del desierto
otro verano a cantar,
o no vendréis a mi huerto
o yo no os podré escuchar.
 
¿Quién sabe si mudada el alma mía,
quién sabe si perdido su contento
como se alegra hoy con la armonía
mañana sufrirá con vuestro acento?
 
Vosotras si veis venir
la nube, huís la cabeza;
pero yo no puedo huir
la nube de mi tristeza.
 
Yo sé que lejos de la tierra mía
otra hay más bella que buscar no puedo;
por eso os vais y de la niebla fría,
entre las sombras, temerosa quedo.
 
Triste será aquí mi vida,
pero de aquí no me voy;
¡Ay! ¡por qué a la tierra asida
como ese laurel estoy!
 
Las que podéis cruzar libres el viento
dejad las sombras de la niebla fría;
yo en vuestra ausencia elevaré mi acento
bajo el bello laurel que os guarecía.
 
Ermita de Bótoa, 1844

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